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Nueva donación de Enrique González al Centro de Documentación Publicitaria y una carta de amor

Enrique González es reincidente. No es la primera donación que realiza de su archivo personal o del que en su momento realizó junto con FMRG, agencia barcelonesa de la que fue fundador junto a otros publicitarios de larga trayectoria. Hasta hoy, la sucesión de materiales donados por su parte había supuesto algo más de dos palés repletos de material publicitario histórico. Un nuevo palé, con algo más de media tonelada de peso, nos llegó hace unos días y se une a tanta y tanta pieza preciada.

En esta última ocasión se suman libros, revistas, documentos, fotografías, elementos singulares o, por ejemplo, una impresionante colección de casetes que hace ya unas cuantas décadas editó The American Advertising Museum, las cuales recogían una selección de la publicidad radiada americana desde los años veinte hasta la década de los cincuenta inclusive. De esta última pieza estamos deseando poder iniciar su proceso de digitalización ya que como sabéis, todo soporte en cinta magnética tiene un altísimo riesgo de deterioro.

Ahora viene, el trabajo más complejo y demandante de recursos: la catalogación y conservación. Cabe destacar que Enrique González ha facilitado enormemente la tarea de catalogar las piezas que nos ha enviado, ya que previo a su empaquetado, ha ido colocando numerosas notas sobre los diversos materiales, indicando la historia que lleva detrás cada uno de ellos.

Las últimas líneas de esta noticia las queríamos dedicar, como no podía ser de otra manera, al agradecimiento. “Ahí va toda mi vida” es el pensamiento común de gran parte de los donantes que deciden que el Centro de Documentación Publicitaria conserve precisamente eso, la larga vida profesional de números publicitarios de este país; piezas, unas junto a otras, que completan el testigo de su paso por la publicidad. Cierto, también recibimos numerosas donaciones de archivos históricos de empresas, fundamentalmente de agencias de publicidad, pero qué duda cabe que las procedentes de particulares toman una dimensión emocional muy superior: ahí va toda nuestra vida. Por ello Enrique, una vez más, muchas gracias.

E indicábamos que las últimas líneas las queríamos dedicar al agradecimiento, pero se nos quedaba cojo si no reprodujéramos una de las piezas que Enrique nos mandó. Se trata de la “carta de amor” que escribió para celebrar que nuestro añorado Julián Bravo acababa de ser nombrado Académico de Honor de la Academia de la Publicidad, meses antes de morir, y que por culpa de la pandemia, no pudo leerle presencialmente y, por lo tanto, nunca fue conocida hasta hoy (salvo la familia de Julián, claro). Por la admiración y amor que tenemos a Enrique, y también a Julián, maestro de todos, pensamos que es el broche final para esta noticia.

“Madrid, 17 de marzo de 2020.

Querido Julián:

Ésta es una carta de amor que voy a atreverme a leer en alto.

Carta de amor con unas hondas raíces que hay que ir a buscar a los últimos años sesenta, cuando eras el titular de la asignatura de Marketing en la Escuela Oficial de Publicidad de la calle Fuencarral y una treintena de chavales y chavalas nos afanábamos en seguir tus clases. A las pocas sesiones empezaste a representar para algunos de nosotros un consumado modelo al que aspirar.

Empezamos el primer curso sin saber de qué iba aquella palabra, Marketing, que entonces desplegaba velas como disciplina y como oficio.

Tú nos abriste la puerta a un vasto campo que se extendía más allá del conocimiento sobre la Publicidad que habíamos ido a buscar a aquellas aulas.

Tú abordabas…el contexto. Lo abordabas… y lo bordabas. Contextualizar es algo que siempre se te ha dado de perlas.

Era por marzo de 1970, en el último curso, cuando en una visita de estudiante a la Thompson de Arapiles, que terminó en providencial para mí, me tropecé contigo por los pasillos y se te ocurrió la idea de pulsar mi interés por ayudar a poner en marcha el departamento de planificación de medios que tenías in mente, para lo que hacían falta, cuando menos, unos pocos entusiastas.

La cosa podía empezar por mí…        

Me cogiste tan desprevenido que en vez de saltar de alegría me puse a sudar de miedo. Mi apuro fue tal que creíste oportuno concederme ya no me acuerdo si 24 o 48 horas de plazo para pensármelo y decir sí o no. Requisito: Si era sí tendría que escribir una carta explicando por qué aceptaba el puesto.

Me fui a pensar a casa. Y ya calmado… pues claro: ¡Sí! ¿Podía ser otra cosa?  Me había venido Dios a ver. Era un hombre afortunado.

El escrito que te entregué no recuerdo que hablara de Medios aunque sí de disposición a aprender. Sería más bien una balbuceante carta de amor a la oportunidad y a la profesión, tal como la Publicidad empezaba a dibujárseme con el paso por tus clases y las de algún profesor más.

A consecuencia de aquella carta debiste de pensar, con la generosidad que te caracteriza, que lo expuesto era suficiente y que probaríamos el invento.

Y entré en la agencia.

50 años justos entre las dos cartas de amor: aquella primera, de amor a lo desconocido, y ésta de hoy, de amor y agradecimiento a ti que me abriste la puerta y me otorgaste la confianza. Años en los que pasaste de profesor a jefe, a director, a mentor, a referencia, a amigo siempre próximo, siempre solícito e incombustible: una inspiración constante hicieras lo que hicieras, te lanzaras en pos de lo que te lanzaras… No son pocas las cosas que te debemos todos, como resultado de tu incansable esfuerzo por aportar reflexión, enjundia y valor a esta profesión. Y en mi caso, por haberte sentido siempre tan cerca, en Madrid como en Barcelona, primero en aquella Thompson que tanto nos marcó y después en la vida.

Sí, Julián: A fuerza de tejer saberes, iniciativas y afectos poniendo siempre a las personas por delante, impulsándolas y creyendo en ellas, has creado escuela.

Tu lucha por la dignificación de nuestro oficio no ha cejado, la Academia es testigo. Como lo son instituciones, empresas, asociaciones, medios, universidad, y sobre todo, los amigos.

Te debíamos esta manifestación de amor para salir al paso a una deuda que no cesa. Y aquí está.

Gracias ahora y siempre, Julián.

También a Elvira, esa compañera y esa musa.

También a tu entrañable familia.

Continuará…

Enrique González.”

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