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El historietista Francisco Ibáñez, Premio Nacional de Creatividad José María Ricarte en su octava edición

Ricarte

Ayer por la tarde tuvimos la inmensa suerte de asistir a la octava edición del Premio Nacional de Creatividad José María Ricarte, que este año ha recaído sobre Francisco Ibáñez, creador de personajes del tebeo como Mortadelo y Felimón, Botones Sacarino, 13 Rue del Percebe, Rompetechos y un largo etcétera de personajes que llevan acompañándonos más de medio siglo. 

En una gala entrañable, cargada de emoción y en la que el maestro del humor gráfico estuvo arropado por su familia y amigos más cercanos, nuestro fundador, Sergio Rodríguez, tuvo el honor de ofrecer el discurso pertinente al premiado, texto que tenemos el placer de compartir con vosotros a continuación:

BARCELONA, 18 DE JUNIO DE 2019

"Autoridades, compañeros de jurado, amigos, niños hoy todos, maestro.

Permitidme que os cuente una historia. Breve, tal y como exigen las buenas narraciones y como manda la lógica en eventos como éste. 7 minutos de reloj, más o menos. Una historia que pudiendo ser, quizás fue.

Corría finales de los 70s cuando a un chavalillo que apenas llevaba 7 u 8 años en este mundo, se le cayó otra vez un diente de leche. Aquella noche el Ratón Pérez, de una generación mucho menos prosaica que la actual, acertó en dejarle debajo de la mesa de camilla de la salita, un ejemplar de Don Miki y otro de Copito, así como un rotulador con forma de ratón que la casa Pelikan había puesto de moda entre los niños de entonces. Ratón a un lado, aquellas dos publicaciones infantiles supondrían su primera toma de contacto con los tebeos. Sí, con los tebeos, que eso del cómic no solo es una americanada sino que además, por aquel entonces, era un concepto que ni se manejaba. Se leían tebeos o historietas.

Aquellas aventuras gráficas y con muchos Súper Humor y colecciones Olé de por medio, le regalaron la amistad de unos personajes que siempre estaban ahí, esperándole, a la vuelta de cada página. Y no como su amigo Lolo, que siempre que le llamaba para jugar a las canicas, decía que tenía que estudiar. Allí, descubrió que la imaginación o si desean un sinónimo más “adulto”, la creatividad, era la moneda de cambio por dejarse llevar.

La infinita cartera de disfraces que manejaba Mortadelo, animaba constantemente a elucubrar cuál sería el próximo. Las miles de entradas que tenía la sede secreta de la TIA, dejaban atrás de largo a las que tiene El Corte Inglés de Plaza Cataluña o, si lo conocen, el de Nuevos Ministerios en Madrid. ¿Os acordáis del interminable carrusel de inventos del Profesor Bacterio? Aquel biólogo barbudo nos enseñó que no solo Ana Obregón había estudiado Biología en nuestro país.

Las historias que nacían de la inagotable factoría de ideas del maestro Ibáñez, mutaban en una palanca que estimulaba y mucho aquellos cerebros infantiles. Era habitual escuchar aquello de: “vaya con el niño, la imaginación que tiene. Tú lees muchos tebeos, ¿no?”

¡Ojo!, que también aprendimos a insultar con sus páginas, creyéndonos adultos cuando entre los amigos nos decíamos berzotas y burricalvo. O repámpanos. O recórcholis. Palabrotas edulcoradas que uno puede decir hoy delante de sus hijos sin necesidad de taparles las orejas.

La comunidad de vecinos de 13 Rue del Percebe, ¡que ya le habría gustado tener a Alex de la Iglesia para su otra comunidad!. Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. Botones Sacarino, rey del escaqueo, que más de uno tomó en demasía como ejemplo y así acabó. Rompetechos, bajito, con bigote y miope, que buenas migas podría haber hecho con Don Pedrito del coñac Fundador, el de ¡está como nunca!, ambos reflejo del españolito de a pie.

El tebeo es pólvora pura para disparar la habilidad de lectura. Muchos de vosotros recordaréis El DDT, Tío Vivo, Pulgarcito… Historias breves, con textos concisos que rellenaban los bocadillos de aquellas páginas mucho más que los bocadillos reales de la posguerra.

Se aprendía a leer más y más rápido, preparando así el paso a las obras de los mayores, aquellas en las que las imágenes se caían por las cunetas de las páginas, dejando ante sí infinitas hojas plagadas de textos desnudos.

Pero aquella España de los abuelos y padres, también descubrió en los 60s un relevo para los que dejaban de ser niños y llamaban a las puertas de los adultos. Ese relevo no fue otro que la publicidad. Sí, los anuncios, esas otras historias que igualmente invitaban a imaginar, a soñar… pero no sobre qué disfraz nuevo sacaría Mortadelo. Aquellos adultos que dejaban de ser niños, ahora miraban anuncios y soñaban con tener una lavadora automática, una olla express, una cocina a gas, incluso un televisor y, si me apuran, aunque esto fuese casi ciencia ficción, hasta un Seat 600.

De niños a adultos. De los tebeos a los anuncios. Seguíamos soñando pero de una manera mucho más mundana. Eso sí, para que el trance no fuese muy traumático, los legendarios Estudios Moro se preocuparon de que casi todos los anuncios de TV fuesen de dibujos animados. Así, cambiamos de forma inocentemente a Filemón por el negrito del Cola Cao. A Botones Sacarino por Kinito y sus ganas de comer. A Doña Ofelia por aquella gallina que Avecrem puso a hacer un striptease antes de convertirla en sopa, esquivando sorprendentemente la censura de entonces. Y así, cambiando los sueños de los tebeos por las aspiraciones que nos trae la publicidad, nos fuimos haciendo mayores, generación tras generación.

Hoy el tebeo vive un momento dulce. Aunque ya nadie le llama así. Ahora sí que es el cómic el que campa a sus anchas incluso para referirse a los tebeos de antes. Rara es la ciudad en la que no existe alguna tienda especializada en la que uno pueda encontrar prácticamente todo lo publicado del mundillo. Lo único que cambia con respecto a antes es que hoy a muchos de los lectores de cómics se les llama “friquis” y, antes, en nuestra época, simplemente se les llamaba “niños”. Lo que hoy se ve como una excepción, antes era lo normal.

Y la historia que pudiendo ser, y que quizás fue, va llegando a su fin. Aquel niño de la década de la transición, hoy tiene 45 años y dos hijos pequeños. Desgraciadamente ya no lee tebeos. ¿Se pierde el tren de esto para siempre? Eso sí, sus hijos comienzan a asomarse al cómic de la mano de fornidos superhéroes como Spideman, Batman o Hulk, que siempre han estado ahí y a los que el cine les ha promocionado a niveles jamás soñados. El padre, sin querer llegar a usar ninguna pócima del Profesor Bacterio para convencerles, les habla a sus hijos de los héroes que él conoció, superhéroes de barrio como diría Kiko Veneno, cercanos, porque Doña Ofelia ni mucho menos está como Scarlett Johansson haciendo de Viuda Negra en Vengadores, pero en cambio, seguro que te la puedes encontrar subiendo contigo en el ascensor o comprando en la frutería. Solo por eso, por creer que aquellos personajes eran como de la familia, y por hacernos soñar más que aquellos niños que nunca se asomaron a tus páginas, muchas gracias maestro".